Hace unos días, al hilo de la concesión de la bandera azul a la Playa de Lerate, comentaba que me alegraba y que eso igual les suponía más visitantes. Vamos, un comentario, como se suele decir, de juvenil, de recién llegado al planeta. Porque lo que es bueno para algunos para otros es un infierno o cuando menos una molestia o más que una molestia. De hecho, desde entonces –y no al hilo de mi comentario, sino hablando en general– ya han aparecido varias cartas en este medio de vecinas y vecinos de la zona anunciando que la concesión no va a hacer sino agravar problemas de masificación que ya sufren en el pueblo desde hace mucho y por los que, por lo que dicen, poco se hace desde las instituciones. Mea culpa.

Recuerdo que con la pandemia y la prohibición de salir de Navarra ésta se llenaba cada fin de semana y cada mes de personas locas por el aire puro y muchos puntos de la comunidad se saturaban, mientras que otros que hasta entonces apenas habían tenido un puñado de visitantes pasaban a recibir a decenas o cientos de ellos. Sin querer entrar en el caso de Alloz y Lerate en concreto puesto que desconozco el caso particular, lo que es muy cierto es que el turismo tiene dos caras y que esas dos caras no se llevan nada bien cuando el número de personas que se dan cita en un lugar y en según qué condiciones excede por completo la capacidad del sitio.

Hacer que convivan el derecho a la iniciativa privada con el respeto a las normativas de todo tipo, el derecho de los vecinos al descanso y un montón de intereses que se cruzan es en muchos casos un rompecabezas en el que, es cierto, casi siempre acaban pagando más que nadie los vecinos de las zonas afectadas, que a veces se benefician en forma de empleos e ingresos pero en ocasiones ni eso. Turismo y Gobierno de Navarra tienen que involucrarse más en hacer de los lugares turísticos sitios vivibles, no solo visitables.